
Aunque parezca increíble, el espíritu jurídico del Imperio Romano está vigente en la época del siglo XXI. Por eso hay que sacudir las estructuras del derecho penal; ese sacudión significa tumbar de la mata del viejo derecho penal las ideas rancias incompatibles con el mundo de hoy. Es decir, debemos superar, relanzar, reinaugurar el derecho penal, anclado por más de dos siglos en un océano de confusiones doctrinarias.
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La noción de pena le dio el nombre a esta rama de las ciencias jurídicas: derecho penal. Sin embargo, las penas -concepto más sicológico que jurídico- no cambian, siempre son las mismas: multa y prisión. Esta última es la reina de las sanciones privativas de libertad, al extremo, que hace del código penal un amasijo de palabrerías y de infracciones diferentes que terminan todas desembocando en el mismo lugar: en elmar muerto de la prisión.
Me explic aunque delante del juez se discuten variados crímenes (robo, homicidio, violación, falsificación etc.) al momento de dictar sentencia las diferencias desaparecen, porque el juzgador termina imponiendo penas similares. Por ejemplo, 10 años de prisión para elviolador, el falsificador o el homicida. En pocas palabras, el juez aplicó la misma medicina para todos. Pareciera que la pena de prisión es el único antídoto para sanar a los delincuentes. No existiendo relación entre la naturaleza del delito y la pena impuesta.
Citemos los casos de los violadores sexuales; disfrutan su situación de ocio total en la celda, que incrementa sus acciones lujuriosas. Si una pastilla lo impotenciara, esa pena tendría resultados más cercanos al mal creado por su actitud delictual.
Los abogados, jueces y fiscales son conocedores de las ciencias jurídicas, están formados para apreciar los elementos constitutivos de las infracciones, un análisis que no toca el fondo de las ciencias del comportamiento humano. Su labor en los tribunales debería terminar al pronunciarse las palabras: culpable o inocente. A partir de entonces, el camino debería estar conducido por los profesionales de la conducta y de la sociología. Ellos discutirían la sanción que se debe imponer al delincuente, valorando todas las consecuencias que se producen con la pena aplicada.
Pero este nuevo camino implica una real revolución en el campo del derecho penal, que podría dar nacimiento a nuevas disciplinas científicas: sicología penal, sociología del castigo, derecho victimológico. Este enfoque tiene que responder a perspectivas que van más allá del derecho, y que reconocen un status primordial a la política estatal contra la criminalidad. Porque en buena razón, los tribunales son un medio, jamás el fin último de una estrategia de combate integral al crimen. El derecho penal debe dar el salto para que los códigos penal y procesal, dejen de crear mayores problemas que los que resuelven.
La Biblia sin las iglesias que están detrás de sus preceptos es letra muerta. Los códigos sin instituciones de respaldo detrás de ellos también son letra muerta. Cuando se envía a una persona a prisión se resuelve supuestamente un problema, pero en realidad se crean varios, los familiares de la víctima y del victimario sufren a la espalda de un Estado que mira con indiferencia el drama, como diciendo para sí: ¡ya yo cumplí, el infractor está en prisión!
Que torpe manera de esconder la cabeza como el avestruz. El drama con matiz de tragedia seguirá repitiéndose cada día, y los legisladores y juristas en su laberinto sinfín, persisten proponiendo más endurecimiento de la pena de prisión: cuarenta años, setenta años, cadena perpetua… ¡Qué barbaridad! El derecho penal es también un recluso de ese mundo que encierra y castiga, y en el cual los pobres nunca terminan –como Jean Valjean-, su condena.
victor suarez