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Sunday, January 1, 2012

Ideología en el Siglo XXI dentro de un proceso democrático

Por DALIN OLIVO*
La autora es médico cirujano. Reside en Santo Domingo


Las personas que llegan al poder político con ideas y principios tienen que ser muy severos ellos mismos para no hundirse en la degradación que traen los elogios, la sublimación, la adulación y lo místico que aquellos que los idolatran les atribuyen

Siempre he escuchado decir y he leído que el poder corrompe, pero a Bolívar no lo corrompió el poder,  murió con a camisa prestada (que nunca devolvió). A Gandhi no lo corrompió el poder, andaba prácticamente semidesnudo en vagones de tercera en los ferrocarriles cuando viajaba, comiendo frutas secas y sentándose en el piso. A Sucre no lo marearon los cargos y los honores, ni al Che Guevara ni a Sandino, ni a Zapata, Pancho Villas, y Salvador Allende; tampoco a Duarte ni  Luperón. Los ejemplos son múltiples.
El poder no corrompe a todo el mundo. Sólo corrompe a quien de antemano viene corrompido, sin principio y sin conciencia revolucionaria ni social.  Un gobernante se corrompe porque se amilana, porque se arrodilla, porque va perdiendo carácter y prefiere hacerse el loco ante los que roban, ante los que estafan y ante los que no trabajan ni dejan trabajar. 
Las personas  que   llegan al poder político con ideas y principios tienen que ser muy severos ellos mismos para no hundirse en la degradación que traen los elogios, la sublimación, la adulación y lo místico que  aquellos que los idolatran  les atribuyen por su afán de nutrirse del que llega al poder.  
Generalmente estas  personas   vienen  de familias humildes que  han pasado hambre y grandes privaciones, pero,  cuando comienzan   a regentar soberbias oficinas con un tren de cuatro o cinco secretarias, con chóferes, buenos viáticos y pasan  a vivir en mansiones con diez maromeros vigilantes, con cinco pajes y media docena de mayordomos (dentro de un séquito de la realeza medieval),  ya tienen todo lo material resuelto  pero   social y espiritualmente sólo  tienen eso, pero se dan cuenta que están  perdiendo el respeto y el auténtico mando.  Al sufrir  el primer vértigo en las alturas, para subsistir sin ser molestados, tienen  que  buscar y  cuadrarse con los expertos en marramucias, que por caraduras y pervertidos saben conservar sus cargos y moverse en toda clase de cloacas.
Así es como  se pierde toda voluntad, toda capacidad de mando, toda autoridad y es cuando comienza a delegarse funciones y entran a dominar los escenarios los mediocres segundones. Hasta que no se  disuelvan   esos   pequeños centros de poder y se consiga un poder popular  para la toma de decisiones sobre lo que se produce, lo que se invierte y  lo que se roban, la batalla va a continuar igual  indefinidamente. 
Lo que lleva a la frustración y a que la gente deje la lucha es que se hagan ilusiones de cómo funciona el poder y se producen los cambios. Bolívar en tal sentido decía que vale mil veces un desengaño que mil ilusiones. El desengaño es una de las cosas más terribles que suelen sufrir los hombres  que se mantienen dentro de la lucha social. ¿Cuántos bandidos han pasado por la administración pública que cuando  comenzaron se veían humildes y sencillos, y apenas se hicieron con el poder de un alto cargo se olvidaron de las necesidades del pueblo, se aislaron protegidos por vigilantes y guardias y se dedicaron a robar y a mentir?
Pero…….la idea de que la gente pueda ser libre resulta extremadamente aterradora para cualquier persona con poder.
victor suarez
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