EL AUTOR es nativo de Luperón, República Dominicana. Reside en Nueva York.
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Fue la trágica fiesta del plomo y de la
sangre. Y la rubia mazorca se desgranó en silencio sobre la tierra
triste, triste hasta la desesperación y hasta la muerte. El plomo hendió
las carnes y las llenó de rosas rojas y desoladas. Y era la carne
florecida pasto de la bestia en furia. Y era David con las manos atadas
contra Goliat soberbio cabalgando sobre un carro blindado. Sangre de
valientes. Sangre de héroes. Sangre de Costa Rica libre de cadenas.
Sangre de Nicaragua encadenada. Sangre de Santo Domingo clavado en el
martirio. Sangre de hermanos por la santa maternidad de América abierta y
generosa. Sangre nueva y ardiente, que vino de otra tierra a mezclarse a
la sangre de nuestros bravos. Dominicanos: atrás los esclavizadores.
Odiemos por siempre la esclavitud, ella degrada la naturaleza humana,
hasta bestializarla. El hombre deformado por la esclavitud, se habitúa
de tal modo a sufrirla, que acaba por deshonrar su humana naturaleza,
con el más infame de los vicios: El entusiasmo de las cadenas y hasta
aprende a caminar con ellas.
¡Atrás la esclavitud!.
Hace 64 años.
Era por la tardecita. En los manglares que circundan la bahía, las
blancas garzas se aprestaban a descansar y a cuidar sus polluelos.
Venían de los predios y hatos cercanos cargados sus buches de garrapatas
y otros insectos para alimentar sus crías. Un manto blanco cubría las
copas de los mangles. Atardecía y las aves que llegaban fueron
espantadas con el ruido de un avión que amerizaba en las aguas quietas
de la bahía de Luperón o de Gracia como le llamara el almirante
Cristóbal Colón, cuando se guareció para salvar su vida en una de las
típicas tormentas tropicales que se suceden cada cierto tiempo en esta
región.
Allí también el pueblo se asombraría por la inusual visita. Muchos
lugareños corrieron hasta el embarcadero del lugar a curiosear. Otros,
atemorizados, se quedaron en sus casas.
La tranquilidad en el pueblo era la misma de cada día. Allí nada
nuevo acontecía, salvo algún nacimiento o la llegada de uno que otro
vendedor. Era un pueblo desolado, casi muerto donde las ventanas y
puertas se abrían de par en par desde la mañana hasta el anochecer. Era
la hora de la cena y los fogones ardían en las cocinas y el humo se
elevaba hacia el cielo esparciendo el olor a leña quemada. El sol
cansado dejaba jirones dorados en las nubes en su viaje hacia la
oscuridad. Un viejo y destartalado edificio hacia las veces de cuartel,
donde un cabo y dos rasos completaban la dotación militar. El alcalde
pedáneo era la única autoridad civil y fungía como “policía del lugar.”
Tenía la capacidad de hacer arrestos. Poner multas y ser mediador entre
la gente de la plaza. Una casona de dos plantas frente al parque del
poblado albergaba la sindicatura y las oficinas municipales para ese
entonces. Aun existe ese edificio histórico. Detrás del edificio una
cárcel de ladrillos con dos celdas aseguraba la estadía de los escasos
presos. Casi siempre estaba vacía.
Era el anochecer del 19 junio de 1949, casi a las 7 de la tarde
cuando un grupo de exiliados antitrujillistas entró al país por esta
idílica y apacible bahía, en el norte del país. Parecía un retrato
pintado con las manos hábiles del Señor. El añil intenso de las aguas y
el verde de sus orillas era matizado por el celestial azul. Era un
cuadro de hermosura intensa. Esta vez, una pequeña fuerza multinacional
de 15 hombres comandada por Horacio Julio Ornes, que partió del lago
Izabal en Guatemala, logró alcanzar territorio dominicano 11 horas
después, acuatizando en la bahía de Luperón en un hidroavión Catalina.
El principal contingente que venía en otros dos aviones quedó entrampado
en el trayecto. Desembarcaron en las costas de Luperón 15
expedicionarios de los cuales sólo 5 saldrían con vida horas después.
Los demás habían acudido a su cita con la muerte y con la historia,
también.
Contaron con el apoyo del patriota de Juancito Rodríguez, un rico
terrateniente Vegano, duro y férreo opositor al régimen trujillista. Un
hombre de extraordinario valor.
La empresa no era fácil y las condiciones tampoco. Se conjugarían
varios elementos que harían las cosas más difíciles aun, amen de que la
mala suerte tocaría a muchos de estos expedicionarios, pues uno de los
aparatos encontró una tormenta y tuvieron que aterrizar en Costa Rica.
Este contingente iba al mando de Juan Rodríguez, ideólogo de la
expedición. Se salvaron milagrosamente. . El otro, con el contingente
encabezado por el general Miguel Ángel Ramírez, fue detenido por el
ejercito mejicano en Cozumel en el estado de Quintana Ro, cuando
aterrizó para repostar combustible y apresada la tripulación, también.
La suerte no les favoreció. Fue un duro golpe, pues sólo uno lograría
llegar al territorio lo que imposibilitó la invasión por otros dos
puntos distintos y que daría al traste con la gesta patriótica. El
Catalina fue el único que pudo arribar a las costas de la media isla.
Otros dos aviones alquilados (uno mexicano y otro norteamericano)
abandonaron la empresa en la víspera, desertando los pilotos con el
dinero.
Era la primera vez que un grupo de enemigos de la tiranía de
“Chapita” * llegaba a la tierra oprimida de Guanacarix, Enriquillo y
Cahonabo, para valientemente desafiar a la fiera tiránica, en su propia
madriguera.
A la invasión de Luperón no se le ha dado la connotación histórica
que merece ya que Luperón fue el intento inicial. Los historiadores
han ignorado este acontecimiento y nunca le han dado la importancia que
tuvo. Tampoco este hecho aparece en libro alguno de la historia
dominicana evitando de esa manera que esta parte de nuestra historia sea
conocida por generaciones. Los historiadores y los organismos oficiales
siempre han orillado este capítulo histórico. Fue esa la primera vez en
casi veinte años que tenía la dictadura que un grupo de hombres con
deseos libertarios atacaba al sátrapa en su propia tierra. Fue el primer
intento de acabar con el régimen que sembrarían de cadáveres la
geografía nacional y encarcelaría a miles de jóvenes de todas las clases
con el afán de mantenerse en el poder. El pueblo sufriría 12 anos mas
su dictadura. Hasta el 1961
Julio Horacio Ornes Coiscou, comandaba los combatientes. Junto a el
llegaron, Tulio H. Arvelo, quien sobreviria junto a 4 mas. Federico
Henríquez Vásquez (Gugù), Josè Rolando Martìnez Bonilla, Miguel A. Félix
Arzeno (Miguelucho), Hugo Kunhardt, Salvador Reyes Valdez y Manuel
Calderón Salcedo, dominicanos; el costarricense Alfonso Leyton, y los
nicaragüenses Alejandro Selva, Alberto Ramírez y Jose Fèlix Córdova.
También los aviadores norteamericanos Habett Joseph Marrot, George
Raymond Scruggs y John William Chewning
Los antitrujillistas que llegaron al alejado poblado de Luperón se
sorprendieron, pues nadie le esperaba en el lugar y no pudieron hacer
contacto con la resistencia clandestina de la ciudad de Puerto Plata,
como se había acordado. Como si esto fuera poco, la inteligencia del
régimen infiltró el Frente Interno
Tampoco sabían ellos que un grupo de hombres provenientes de Puerto
Plata iba en camino para unírsele, entre quienes podemos mencionar y que
hoy no les han dado el merito debido a: Fernando Spignolio, Fernando
Suárez, Miguel Polanco, Pablo Borrero, Ramón (Molonche) Fernández, Ramón
López Vásquez, Negro Sarita, Ramón Sarita, Tomás Diloné, Carlos
Ramírez, Antonio Inoa, Fernando Inoa y Luis Ortiz Arzeno. Estos heroes
son tan brillantes como cada uno de los que dieron sus vidas a lo largo
de la tirania
Fernando Suàrez y Fernando Spignolio fueron considerados como los
cabecillas y fueron ubicados en una casa de madera de la carretera de
Luperón y ultimados por las balas de una patrulla comandada por el
teniente Antero Vizcaíno. Antero Vizcaíno ordenaría sacar los cadáveres
y para luego en franca muestra sanguinaria descargar sobre ellos hasta
el ultimo cartucho de su arma, gritando un viva Trujillo, carajo, según
narraron los testigos y según narra Tulio H. Arvelo en su libro.
Estos nombres deberán ser inscritos en el monumento que hoy se destaca en un parque de Luperón en honor a esos héroes.
Lo que sucedió en el poblado
Algunos de los patriotas se adentraron en las calles del pueblo.
Entonces la planta eléctrica que daba energía al poblado fue apagada,
surgió la confusión y ocurrieron algunos tiroteos entre los mismos
expedicionarios. El costarricense Alfonso Leyton recibió en el cuello un
balazo mortal; el dominicano Hugo Kundhart y el nicaragüense Alberto
Ramírez se enfrentaron a tiros, perdiendo la vida Alberto Ramírez y
resultando herido, no de gravedad Kundhart.
Frustrados y desairados por la falta de apoyo, decidieron abortar la
misión y escaparse por lo menos con sus vidas. Pero en su intento de
despegar de la bahía en el PBY (avión Catalina por sus siglas en ingles)
fracasaron. El avión tuvo un fallo mecánico lo que imposibilito su
despegue y no pasó muchos antes de que fueran capturados y muertos, la
mayoría por los esbirros del tirano. Un navío del servicio de
guardacostas dominicano lo ametrallaría horas mas tarde asesinando a
muchos de los combatientes patrióticos. Ramírez y Kundhart fueron
introducidos en el hidroavión, donde resultaron calcinados junto a
Salvador Reyes Valdez. Ahí comenzaría una lucha por la vida de los
valientes que se salvaron ya que el mismo pueblo le perseguiría y
avisaría a la dotación militar de Puerto Plata sobre sus intentos y
ubicación. Fue una odisea llena de calamidades. Como si esto fuera
poco, la inteligencia del régimen infiltró el Frente Interno a través
del ex capitán Antonio Jorge Estévez -quien al ganar la confianza de los
líderes de Puerto Plata viajó como emisario a Puerto Rico y tuvo acceso
a los planes expedicionarios-, permitiéndole a Trujillo desinformar a
la organización y dislocar las ubicaciones de los grupos locales que
servirían de apoyo.
Una traición que marcaría el fracaso de la expedición.
Para ese tiempo ocupaba la gobernación de Puerto Plata Antonio
Imbert Barreras, un aliado incondicional del régimen para entonces y
quien ostentaba la máxima autoridad en La Novia del Atlántico, quien
jugó un papel relevante en esos acontecimientos. Cuando la invasión de
Luperón en 1949, su hermano, el entonces mayor Segundo Imbert Barrera,
ejercía como Comandante de Plaza de esta misma región. Como jefes del
poder político y militar se enfrentaron con ahinco a la defensa del
territorio nacional y del gobierno del Generalísimo Trujillo, ante la
amenaza de estos invasores. Dicen que Imbert Barreras ordenó
personalmente la muerte de los invasores. En un comunicado, deja
inequívocamente claro su lealtad al Jefe expresando su determinación de
“quemar Puerto Plata” si así el Jefe lo disponía. El y su hermano
Segundo Imbert, jefe militar de la plaza, quien era reconocido como un
implacable hombre que no le temblaba la mano para ordenar el asesinato
de cualquiera que se opusiera al régimen. El y su hermano también
escribieron páginas negras en un libro blanco que jamás se publicó. El
hoy general Barreras ni pensaba que años más tarde estaría envuelto en
la conjura que daría muerte al opresor. Hoy es considerado un “héroe
nacional” de acuerdo a una ley dictada después del magnicidio de su
antiguo jefe. Así es la historia. Cuando se escribe se omiten muchas
cosas y quien antes se manchó las manos con la sangre de los
expedicionarios pasaría a la historia como un héroe. Cosas de la
historia y de quienes la escriben omitiendo mas de un acontecimiento en
la vida de los protagonistas..
La expedición de Luperón fue un fracaso en el aspecto bélico, pero
dejó abierta las puertas para que otros entendieran la verdad y se
aprestaran a luchar de diferentes maneras para socavar al régimen y
eliminar al sátrapa. Fueron tiempos difíciles para miles de dominicanos.
Esta misión marcó la lucha y fue la fuente de inspiración para que
otros luchadores combatieran al régimen 10 anos después en el desembarco
de Maimón, Constanza y Estero Hondo. Allí moriría uno de los héroes de
Luperón en su segunda visita en pos de ayudar a eliminar el caudillo. Me
refiero a Miguelucho Félix quien bravamente daría la vida por la
liberación de la patria amada.
De los 15 hombres que llegaron a Luperón sólo cinco salvaron sus
vidas. De éstos, murieron en combate o fueron asesinados por Trujill
Gugù Henrìquez, Manuel Calderón Salcedo, Alejandro Selva, Alberto
Ramírez, Hugo Kunhardt y Salvador Reyes Valdez. Miguelucho Félix
posteriormente formó parte del contingente de la gesta de Constanza,
Maimòn y Estero Hondo, cuando caería abatido 10 años después.
Según cita Tulio H Arvelo en su obra y en la página 205, "Cuentan
los vecinos que los soldados fueron implacables y que después de una
verdadera batalla campal en la que los lideres del Frente Interno se
defendieron valientemente, al fin sucumbieron por lo desigual de las
fuerzas.
Sobrevivientes
Horacio Julio Ornes C. José Rolando Martínez Bonilla José Félix Córdoba Boniche Tulio H Arvelo Miguel Ángel Feliu
Sin dudas que esta gesta de Luperón encendió la llama que haría que
12 años más tarde un grupo de hombres descabezara al régimen que por mas
de 30 anos mantuvo con manos férrea el control de todo un país y sus
habitantes. Loor a esos hombres del 19 de junio! Loor a los hombres de
la invasión de Luperón.
Finalmente hago mío y de todos ustedes el poema de un poeta chileno
como honor a esos héroes nuestros!, un poema casi desconocido, pero
lleno de patriotismo latinoamericano. El chileno Alberto Baeza Flores
levantó en un poema épico donde le canta a los valientes de la invasión
de Luperón:
"Mientras quede una gota de honor americano y la voz del amor puedan decir: Hermano, nombrad los que cayeron un día en Luperón.
Si un puñado de tierra recuerda el heroísmo y el valor se
adelanta sobre el último abismo, nombrad los que cayeron un día en
Luperón.
Mientras quede una flor, una lágrima, nombrad los que cayeron un día en Luperon;
mientras el hombre luche envuelto en la agonía, nombrad los que cayeron un día en Luperón"
victor suarez