Por
JAIME F. PENA
Fue la trágica fiesta del plomo y de la
sangre. Y la rubia mazorca se desgranó en silencio sobre la tierra
triste, triste hasta la desesperación y hasta la muerte. El plomo hendió
las carnes y las llenó de rosas rojas y desoladas. Y era la carne
florecida pasto de la bestia en furia. Y era David con las manos atadas
contra Goliat soberbio cabalgando sobre un carro blindado. Sangre de
valientes. Sangre de héroes. Sangre de Costa Rica libre de cadenas.
Sangre de Nicaragua encadenada. Sangre de Santo Domingo clavado en el
martirio. Sangre de hermanos por la santa maternidad de América abierta y
generosa. Sangre nueva y ardiente, que vino de otra tierra a mezclarse a
la sangre de nuestros bravos. Dominicanos: atrás los esclavizadores.
Odiemos por siempre la esclavitud, ella degrada la naturaleza humana,
hasta bestializarla. El hombre deformado por la esclavitud, se habitúa
de tal modo a sufrirla, que acaba por deshonrar su humana naturaleza,
con el más infame de los vicios: El entusiasmo de las cadenas y hasta
aprende a caminar con ellas.
¡Atrás la esclavitud!.
Hace 64 años.
Era por la tardecita. En los manglares que circundan la bahía, las blancas garzas se aprestaban a descansar y a cuidar sus polluelos. Venían de los predios y hatos cercanos cargados sus buches de garrapatas y otros insectos para alimentar sus crías. Un manto blanco cubría las copas de los mangles. Atardecía y las aves que llegaban fueron espantadas con el ruido de un avión que amerizaba en las aguas quietas de la bahía de Luperón o de Gracia como le llamara el almirante Cristóbal Colón, cuando se guareció para salvar su vida en una de las típicas tormentas tropicales que se suceden cada cierto tiempo en esta región.
Allí también el pueblo se asombraría por la inusual visita. Muchos lugareños corrieron hasta el embarcadero del lugar a curiosear. Otros, atemorizados, se quedaron en sus casas.
La tranquilidad en el pueblo era la misma de cada día. Allí nada nuevo acontecía, salvo algún nacimiento o la llegada de uno que otro vendedor. Era un pueblo desolado, casi muerto donde las ventanas y puertas se abrían de par en par desde la mañana hasta el anochecer. Era la hora de la cena y los fogones ardían en las cocinas y el humo se elevaba hacia el cielo esparciendo el olor a leña quemada. El sol cansado dejaba jirones dorados en las nubes en su viaje hacia la oscuridad. Un viejo y destartalado edificio hacia las veces de cuartel, donde un cabo y dos rasos completaban la dotación militar. El alcalde pedáneo era la única autoridad civil y fungía como “policía del lugar.” Tenía la capacidad de hacer arrestos. Poner multas y ser mediador entre la gente de la plaza. Una casona de dos plantas frente al parque del poblado albergaba la sindicatura y las oficinas municipales para ese entonces. Aun existe ese edificio histórico. Detrás del edificio una cárcel de ladrillos con dos celdas aseguraba la estadía de los escasos presos. Casi siempre estaba vacía.
Era el anochecer del 19 junio de 1949, casi a las 7 de la tarde cuando un grupo de exiliados antitrujillistas entró al país por esta idílica y apacible bahía, en el norte del país. Parecía un retrato pintado con las manos hábiles del Señor. El añil intenso de las aguas y el verde de sus orillas era matizado por el celestial azul. Era un cuadro de hermosura intensa. Esta vez, una pequeña fuerza multinacional de 15 hombres comandada por Horacio Julio Ornes, que partió del lago Izabal en Guatemala, logró alcanzar territorio dominicano 11 horas después, acuatizando en la bahía de Luperón en un hidroavión Catalina. El principal contingente que venía en otros dos aviones quedó entrampado en el trayecto. Desembarcaron en las costas de Luperón 15 expedicionarios de los cuales sólo 5 saldrían con vida horas después. Los demás habían acudido a su cita con la muerte y con la historia, también.
Contaron con el apoyo del patriota de Juancito Rodríguez, un rico terrateniente Vegano, duro y férreo opositor al régimen trujillista. Un hombre de extraordinario valor.
La empresa no era fácil y las condiciones tampoco. Se conjugarían varios elementos que harían las cosas más difíciles aun, amen de que la mala suerte tocaría a muchos de estos expedicionarios, pues uno de los aparatos encontró una tormenta y tuvieron que aterrizar en Costa Rica. Este contingente iba al mando de Juan Rodríguez, ideólogo de la expedición. Se salvaron milagrosamente. . El otro, con el contingente encabezado por el general Miguel Ángel Ramírez, fue detenido por el ejercito mejicano en Cozumel en el estado de Quintana Ro, cuando aterrizó para repostar combustible y apresada la tripulación, también. La suerte no les favoreció. Fue un duro golpe, pues sólo uno lograría llegar al territorio lo que imposibilitó la invasión por otros dos puntos distintos y que daría al traste con la gesta patriótica. El Catalina fue el único que pudo arribar a las costas de la media isla. Otros dos aviones alquilados (uno mexicano y otro norteamericano) abandonaron la empresa en la víspera, desertando los pilotos con el dinero.
Era la primera vez que un grupo de enemigos de la tiranía de “Chapita” * llegaba a la tierra oprimida de Guanacarix, Enriquillo y Cahonabo, para valientemente desafiar a la fiera tiránica, en su propia madriguera.
A la invasión de Luperón no se le ha dado la connotación histórica que merece ya que Luperón fue el intento inicial. Los historiadores han ignorado este acontecimiento y nunca le han dado la importancia que tuvo. Tampoco este hecho aparece en libro alguno de la historia dominicana evitando de esa manera que esta parte de nuestra historia sea conocida por generaciones. Los historiadores y los organismos oficiales siempre han orillado este capítulo histórico. Fue esa la primera vez en casi veinte años que tenía la dictadura que un grupo de hombres con deseos libertarios atacaba al sátrapa en su propia tierra. Fue el primer intento de acabar con el régimen que sembrarían de cadáveres la geografía nacional y encarcelaría a miles de jóvenes de todas las clases con el afán de mantenerse en el poder. El pueblo sufriría 12 anos mas su dictadura. Hasta el 1961
Julio Horacio Ornes Coiscou, comandaba los combatientes. Junto a el llegaron, Tulio H. Arvelo, quien sobreviria junto a 4 mas. Federico Henríquez Vásquez (Gugù), Josè Rolando Martìnez Bonilla, Miguel A. Félix Arzeno (Miguelucho), Hugo Kunhardt, Salvador Reyes Valdez y Manuel Calderón Salcedo, dominicanos; el costarricense Alfonso Leyton, y los nicaragüenses Alejandro Selva, Alberto Ramírez y Jose Fèlix Córdova. También los aviadores norteamericanos Habett Joseph Marrot, George Raymond Scruggs y John William Chewning
Los antitrujillistas que llegaron al alejado poblado de Luperón se sorprendieron, pues nadie le esperaba en el lugar y no pudieron hacer contacto con la resistencia clandestina de la ciudad de Puerto Plata, como se había acordado. Como si esto fuera poco, la inteligencia del régimen infiltró el Frente Interno
Tampoco sabían ellos que un grupo de hombres provenientes de Puerto Plata iba en camino para unírsele, entre quienes podemos mencionar y que hoy no les han dado el merito debido a: Fernando Spignolio, Fernando Suárez, Miguel Polanco, Pablo Borrero, Ramón (Molonche) Fernández, Ramón López Vásquez, Negro Sarita, Ramón Sarita, Tomás Diloné, Carlos Ramírez, Antonio Inoa, Fernando Inoa y Luis Ortiz Arzeno. Estos heroes son tan brillantes como cada uno de los que dieron sus vidas a lo largo de la tirania
Fernando Suàrez y Fernando Spignolio fueron considerados como los cabecillas y fueron ubicados en una casa de madera de la carretera de Luperón y ultimados por las balas de una patrulla comandada por el teniente Antero Vizcaíno. Antero Vizcaíno ordenaría sacar los cadáveres y para luego en franca muestra sanguinaria descargar sobre ellos hasta el ultimo cartucho de su arma, gritando un viva Trujillo, carajo, según narraron los testigos y según narra Tulio H. Arvelo en su libro.
Estos nombres deberán ser inscritos en el monumento que hoy se destaca en un parque de Luperón en honor a esos héroes.
Lo que sucedió en el poblado
Algunos de los patriotas se adentraron en las calles del pueblo. Entonces la planta eléctrica que daba energía al poblado fue apagada, surgió la confusión y ocurrieron algunos tiroteos entre los mismos expedicionarios. El costarricense Alfonso Leyton recibió en el cuello un balazo mortal; el dominicano Hugo Kundhart y el nicaragüense Alberto Ramírez se enfrentaron a tiros, perdiendo la vida Alberto Ramírez y resultando herido, no de gravedad Kundhart.
Frustrados y desairados por la falta de apoyo, decidieron abortar la misión y escaparse por lo menos con sus vidas. Pero en su intento de despegar de la bahía en el PBY (avión Catalina por sus siglas en ingles) fracasaron. El avión tuvo un fallo mecánico lo que imposibilito su despegue y no pasó muchos antes de que fueran capturados y muertos, la mayoría por los esbirros del tirano. Un navío del servicio de guardacostas dominicano lo ametrallaría horas mas tarde asesinando a muchos de los combatientes patrióticos. Ramírez y Kundhart fueron introducidos en el hidroavión, donde resultaron calcinados junto a Salvador Reyes Valdez. Ahí comenzaría una lucha por la vida de los valientes que se salvaron ya que el mismo pueblo le perseguiría y avisaría a la dotación militar de Puerto Plata sobre sus intentos y ubicación. Fue una odisea llena de calamidades. Como si esto fuera poco, la inteligencia del régimen infiltró el Frente Interno a través del ex capitán Antonio Jorge Estévez -quien al ganar la confianza de los líderes de Puerto Plata viajó como emisario a Puerto Rico y tuvo acceso a los planes expedicionarios-, permitiéndole a Trujillo desinformar a la organización y dislocar las ubicaciones de los grupos locales que servirían de apoyo.
Una traición que marcaría el fracaso de la expedición.
Para ese tiempo ocupaba la gobernación de Puerto Plata Antonio Imbert Barreras, un aliado incondicional del régimen para entonces y quien ostentaba la máxima autoridad en La Novia del Atlántico, quien jugó un papel relevante en esos acontecimientos. Cuando la invasión de Luperón en 1949, su hermano, el entonces mayor Segundo Imbert Barrera, ejercía como Comandante de Plaza de esta misma región. Como jefes del poder político y militar se enfrentaron con ahinco a la defensa del territorio nacional y del gobierno del Generalísimo Trujillo, ante la amenaza de estos invasores. Dicen que Imbert Barreras ordenó personalmente la muerte de los invasores. En un comunicado, deja inequívocamente claro su lealtad al Jefe expresando su determinación de “quemar Puerto Plata” si así el Jefe lo disponía. El y su hermano Segundo Imbert, jefe militar de la plaza, quien era reconocido como un implacable hombre que no le temblaba la mano para ordenar el asesinato de cualquiera que se opusiera al régimen. El y su hermano también escribieron páginas negras en un libro blanco que jamás se publicó. El hoy general Barreras ni pensaba que años más tarde estaría envuelto en la conjura que daría muerte al opresor. Hoy es considerado un “héroe nacional” de acuerdo a una ley dictada después del magnicidio de su antiguo jefe. Así es la historia. Cuando se escribe se omiten muchas cosas y quien antes se manchó las manos con la sangre de los expedicionarios pasaría a la historia como un héroe. Cosas de la historia y de quienes la escriben omitiendo mas de un acontecimiento en la vida de los protagonistas..
La expedición de Luperón fue un fracaso en el aspecto bélico, pero dejó abierta las puertas para que otros entendieran la verdad y se aprestaran a luchar de diferentes maneras para socavar al régimen y eliminar al sátrapa. Fueron tiempos difíciles para miles de dominicanos. Esta misión marcó la lucha y fue la fuente de inspiración para que otros luchadores combatieran al régimen 10 anos después en el desembarco de Maimón, Constanza y Estero Hondo. Allí moriría uno de los héroes de Luperón en su segunda visita en pos de ayudar a eliminar el caudillo. Me refiero a Miguelucho Félix quien bravamente daría la vida por la liberación de la patria amada.
De los 15 hombres que llegaron a Luperón sólo cinco salvaron sus vidas. De éstos, murieron en combate o fueron asesinados por Trujill Gugù Henrìquez, Manuel Calderón Salcedo, Alejandro Selva, Alberto Ramírez, Hugo Kunhardt y Salvador Reyes Valdez. Miguelucho Félix posteriormente formó parte del contingente de la gesta de Constanza, Maimòn y Estero Hondo, cuando caería abatido 10 años después.
Según cita Tulio H Arvelo en su obra y en la página 205, "Cuentan los vecinos que los soldados fueron implacables y que después de una verdadera batalla campal en la que los lideres del Frente Interno se defendieron valientemente, al fin sucumbieron por lo desigual de las fuerzas.
Sobrevivientes
Horacio Julio Ornes C. José Rolando Martínez Bonilla José Félix Córdoba Boniche Tulio H Arvelo Miguel Ángel Feliu
Sin dudas que esta gesta de Luperón encendió la llama que haría que 12 años más tarde un grupo de hombres descabezara al régimen que por mas de 30 anos mantuvo con manos férrea el control de todo un país y sus habitantes. Loor a esos hombres del 19 de junio! Loor a los hombres de la invasión de Luperón.
Finalmente hago mío y de todos ustedes el poema de un poeta chileno como honor a esos héroes nuestros!, un poema casi desconocido, pero lleno de patriotismo latinoamericano. El chileno Alberto Baeza Flores levantó en un poema épico donde le canta a los valientes de la invasión de Luperón:
"Mientras quede una gota de honor americano y la voz del amor puedan decir: Hermano, nombrad los que cayeron un día en Luperón.
Si un puñado de tierra recuerda el heroísmo y el valor se adelanta sobre el último abismo, nombrad los que cayeron un día en Luperón.
Mientras quede una flor, una lágrima, nombrad los que cayeron un día en Luperon;
mientras el hombre luche envuelto en la agonía, nombrad los que cayeron un día en Luperón"
¡Atrás la esclavitud!.
Hace 64 años.
Era por la tardecita. En los manglares que circundan la bahía, las blancas garzas se aprestaban a descansar y a cuidar sus polluelos. Venían de los predios y hatos cercanos cargados sus buches de garrapatas y otros insectos para alimentar sus crías. Un manto blanco cubría las copas de los mangles. Atardecía y las aves que llegaban fueron espantadas con el ruido de un avión que amerizaba en las aguas quietas de la bahía de Luperón o de Gracia como le llamara el almirante Cristóbal Colón, cuando se guareció para salvar su vida en una de las típicas tormentas tropicales que se suceden cada cierto tiempo en esta región.
Allí también el pueblo se asombraría por la inusual visita. Muchos lugareños corrieron hasta el embarcadero del lugar a curiosear. Otros, atemorizados, se quedaron en sus casas.
La tranquilidad en el pueblo era la misma de cada día. Allí nada nuevo acontecía, salvo algún nacimiento o la llegada de uno que otro vendedor. Era un pueblo desolado, casi muerto donde las ventanas y puertas se abrían de par en par desde la mañana hasta el anochecer. Era la hora de la cena y los fogones ardían en las cocinas y el humo se elevaba hacia el cielo esparciendo el olor a leña quemada. El sol cansado dejaba jirones dorados en las nubes en su viaje hacia la oscuridad. Un viejo y destartalado edificio hacia las veces de cuartel, donde un cabo y dos rasos completaban la dotación militar. El alcalde pedáneo era la única autoridad civil y fungía como “policía del lugar.” Tenía la capacidad de hacer arrestos. Poner multas y ser mediador entre la gente de la plaza. Una casona de dos plantas frente al parque del poblado albergaba la sindicatura y las oficinas municipales para ese entonces. Aun existe ese edificio histórico. Detrás del edificio una cárcel de ladrillos con dos celdas aseguraba la estadía de los escasos presos. Casi siempre estaba vacía.
Era el anochecer del 19 junio de 1949, casi a las 7 de la tarde cuando un grupo de exiliados antitrujillistas entró al país por esta idílica y apacible bahía, en el norte del país. Parecía un retrato pintado con las manos hábiles del Señor. El añil intenso de las aguas y el verde de sus orillas era matizado por el celestial azul. Era un cuadro de hermosura intensa. Esta vez, una pequeña fuerza multinacional de 15 hombres comandada por Horacio Julio Ornes, que partió del lago Izabal en Guatemala, logró alcanzar territorio dominicano 11 horas después, acuatizando en la bahía de Luperón en un hidroavión Catalina. El principal contingente que venía en otros dos aviones quedó entrampado en el trayecto. Desembarcaron en las costas de Luperón 15 expedicionarios de los cuales sólo 5 saldrían con vida horas después. Los demás habían acudido a su cita con la muerte y con la historia, también.
Contaron con el apoyo del patriota de Juancito Rodríguez, un rico terrateniente Vegano, duro y férreo opositor al régimen trujillista. Un hombre de extraordinario valor.
La empresa no era fácil y las condiciones tampoco. Se conjugarían varios elementos que harían las cosas más difíciles aun, amen de que la mala suerte tocaría a muchos de estos expedicionarios, pues uno de los aparatos encontró una tormenta y tuvieron que aterrizar en Costa Rica. Este contingente iba al mando de Juan Rodríguez, ideólogo de la expedición. Se salvaron milagrosamente. . El otro, con el contingente encabezado por el general Miguel Ángel Ramírez, fue detenido por el ejercito mejicano en Cozumel en el estado de Quintana Ro, cuando aterrizó para repostar combustible y apresada la tripulación, también. La suerte no les favoreció. Fue un duro golpe, pues sólo uno lograría llegar al territorio lo que imposibilitó la invasión por otros dos puntos distintos y que daría al traste con la gesta patriótica. El Catalina fue el único que pudo arribar a las costas de la media isla. Otros dos aviones alquilados (uno mexicano y otro norteamericano) abandonaron la empresa en la víspera, desertando los pilotos con el dinero.
Era la primera vez que un grupo de enemigos de la tiranía de “Chapita” * llegaba a la tierra oprimida de Guanacarix, Enriquillo y Cahonabo, para valientemente desafiar a la fiera tiránica, en su propia madriguera.
A la invasión de Luperón no se le ha dado la connotación histórica que merece ya que Luperón fue el intento inicial. Los historiadores han ignorado este acontecimiento y nunca le han dado la importancia que tuvo. Tampoco este hecho aparece en libro alguno de la historia dominicana evitando de esa manera que esta parte de nuestra historia sea conocida por generaciones. Los historiadores y los organismos oficiales siempre han orillado este capítulo histórico. Fue esa la primera vez en casi veinte años que tenía la dictadura que un grupo de hombres con deseos libertarios atacaba al sátrapa en su propia tierra. Fue el primer intento de acabar con el régimen que sembrarían de cadáveres la geografía nacional y encarcelaría a miles de jóvenes de todas las clases con el afán de mantenerse en el poder. El pueblo sufriría 12 anos mas su dictadura. Hasta el 1961
Julio Horacio Ornes Coiscou, comandaba los combatientes. Junto a el llegaron, Tulio H. Arvelo, quien sobreviria junto a 4 mas. Federico Henríquez Vásquez (Gugù), Josè Rolando Martìnez Bonilla, Miguel A. Félix Arzeno (Miguelucho), Hugo Kunhardt, Salvador Reyes Valdez y Manuel Calderón Salcedo, dominicanos; el costarricense Alfonso Leyton, y los nicaragüenses Alejandro Selva, Alberto Ramírez y Jose Fèlix Córdova. También los aviadores norteamericanos Habett Joseph Marrot, George Raymond Scruggs y John William Chewning
Los antitrujillistas que llegaron al alejado poblado de Luperón se sorprendieron, pues nadie le esperaba en el lugar y no pudieron hacer contacto con la resistencia clandestina de la ciudad de Puerto Plata, como se había acordado. Como si esto fuera poco, la inteligencia del régimen infiltró el Frente Interno
Tampoco sabían ellos que un grupo de hombres provenientes de Puerto Plata iba en camino para unírsele, entre quienes podemos mencionar y que hoy no les han dado el merito debido a: Fernando Spignolio, Fernando Suárez, Miguel Polanco, Pablo Borrero, Ramón (Molonche) Fernández, Ramón López Vásquez, Negro Sarita, Ramón Sarita, Tomás Diloné, Carlos Ramírez, Antonio Inoa, Fernando Inoa y Luis Ortiz Arzeno. Estos heroes son tan brillantes como cada uno de los que dieron sus vidas a lo largo de la tirania
Fernando Suàrez y Fernando Spignolio fueron considerados como los cabecillas y fueron ubicados en una casa de madera de la carretera de Luperón y ultimados por las balas de una patrulla comandada por el teniente Antero Vizcaíno. Antero Vizcaíno ordenaría sacar los cadáveres y para luego en franca muestra sanguinaria descargar sobre ellos hasta el ultimo cartucho de su arma, gritando un viva Trujillo, carajo, según narraron los testigos y según narra Tulio H. Arvelo en su libro.
Estos nombres deberán ser inscritos en el monumento que hoy se destaca en un parque de Luperón en honor a esos héroes.
Lo que sucedió en el poblado
Algunos de los patriotas se adentraron en las calles del pueblo. Entonces la planta eléctrica que daba energía al poblado fue apagada, surgió la confusión y ocurrieron algunos tiroteos entre los mismos expedicionarios. El costarricense Alfonso Leyton recibió en el cuello un balazo mortal; el dominicano Hugo Kundhart y el nicaragüense Alberto Ramírez se enfrentaron a tiros, perdiendo la vida Alberto Ramírez y resultando herido, no de gravedad Kundhart.
Frustrados y desairados por la falta de apoyo, decidieron abortar la misión y escaparse por lo menos con sus vidas. Pero en su intento de despegar de la bahía en el PBY (avión Catalina por sus siglas en ingles) fracasaron. El avión tuvo un fallo mecánico lo que imposibilito su despegue y no pasó muchos antes de que fueran capturados y muertos, la mayoría por los esbirros del tirano. Un navío del servicio de guardacostas dominicano lo ametrallaría horas mas tarde asesinando a muchos de los combatientes patrióticos. Ramírez y Kundhart fueron introducidos en el hidroavión, donde resultaron calcinados junto a Salvador Reyes Valdez. Ahí comenzaría una lucha por la vida de los valientes que se salvaron ya que el mismo pueblo le perseguiría y avisaría a la dotación militar de Puerto Plata sobre sus intentos y ubicación. Fue una odisea llena de calamidades. Como si esto fuera poco, la inteligencia del régimen infiltró el Frente Interno a través del ex capitán Antonio Jorge Estévez -quien al ganar la confianza de los líderes de Puerto Plata viajó como emisario a Puerto Rico y tuvo acceso a los planes expedicionarios-, permitiéndole a Trujillo desinformar a la organización y dislocar las ubicaciones de los grupos locales que servirían de apoyo.
Una traición que marcaría el fracaso de la expedición.
Para ese tiempo ocupaba la gobernación de Puerto Plata Antonio Imbert Barreras, un aliado incondicional del régimen para entonces y quien ostentaba la máxima autoridad en La Novia del Atlántico, quien jugó un papel relevante en esos acontecimientos. Cuando la invasión de Luperón en 1949, su hermano, el entonces mayor Segundo Imbert Barrera, ejercía como Comandante de Plaza de esta misma región. Como jefes del poder político y militar se enfrentaron con ahinco a la defensa del territorio nacional y del gobierno del Generalísimo Trujillo, ante la amenaza de estos invasores. Dicen que Imbert Barreras ordenó personalmente la muerte de los invasores. En un comunicado, deja inequívocamente claro su lealtad al Jefe expresando su determinación de “quemar Puerto Plata” si así el Jefe lo disponía. El y su hermano Segundo Imbert, jefe militar de la plaza, quien era reconocido como un implacable hombre que no le temblaba la mano para ordenar el asesinato de cualquiera que se opusiera al régimen. El y su hermano también escribieron páginas negras en un libro blanco que jamás se publicó. El hoy general Barreras ni pensaba que años más tarde estaría envuelto en la conjura que daría muerte al opresor. Hoy es considerado un “héroe nacional” de acuerdo a una ley dictada después del magnicidio de su antiguo jefe. Así es la historia. Cuando se escribe se omiten muchas cosas y quien antes se manchó las manos con la sangre de los expedicionarios pasaría a la historia como un héroe. Cosas de la historia y de quienes la escriben omitiendo mas de un acontecimiento en la vida de los protagonistas..
La expedición de Luperón fue un fracaso en el aspecto bélico, pero dejó abierta las puertas para que otros entendieran la verdad y se aprestaran a luchar de diferentes maneras para socavar al régimen y eliminar al sátrapa. Fueron tiempos difíciles para miles de dominicanos. Esta misión marcó la lucha y fue la fuente de inspiración para que otros luchadores combatieran al régimen 10 anos después en el desembarco de Maimón, Constanza y Estero Hondo. Allí moriría uno de los héroes de Luperón en su segunda visita en pos de ayudar a eliminar el caudillo. Me refiero a Miguelucho Félix quien bravamente daría la vida por la liberación de la patria amada.
De los 15 hombres que llegaron a Luperón sólo cinco salvaron sus vidas. De éstos, murieron en combate o fueron asesinados por Trujill Gugù Henrìquez, Manuel Calderón Salcedo, Alejandro Selva, Alberto Ramírez, Hugo Kunhardt y Salvador Reyes Valdez. Miguelucho Félix posteriormente formó parte del contingente de la gesta de Constanza, Maimòn y Estero Hondo, cuando caería abatido 10 años después.
Según cita Tulio H Arvelo en su obra y en la página 205, "Cuentan los vecinos que los soldados fueron implacables y que después de una verdadera batalla campal en la que los lideres del Frente Interno se defendieron valientemente, al fin sucumbieron por lo desigual de las fuerzas.
Sobrevivientes
Horacio Julio Ornes C. José Rolando Martínez Bonilla José Félix Córdoba Boniche Tulio H Arvelo Miguel Ángel Feliu
Sin dudas que esta gesta de Luperón encendió la llama que haría que 12 años más tarde un grupo de hombres descabezara al régimen que por mas de 30 anos mantuvo con manos férrea el control de todo un país y sus habitantes. Loor a esos hombres del 19 de junio! Loor a los hombres de la invasión de Luperón.
Finalmente hago mío y de todos ustedes el poema de un poeta chileno como honor a esos héroes nuestros!, un poema casi desconocido, pero lleno de patriotismo latinoamericano. El chileno Alberto Baeza Flores levantó en un poema épico donde le canta a los valientes de la invasión de Luperón:
"Mientras quede una gota de honor americano y la voz del amor puedan decir: Hermano, nombrad los que cayeron un día en Luperón.
Si un puñado de tierra recuerda el heroísmo y el valor se adelanta sobre el último abismo, nombrad los que cayeron un día en Luperón.
Mientras quede una flor, una lágrima, nombrad los que cayeron un día en Luperon;
mientras el hombre luche envuelto en la agonía, nombrad los que cayeron un día en Luperón"