De los 10 millones de dominicanos, 6.5 millones
estaban aptos para ejercer el derecho al voto, de los cuales, 4.5
millones acudieron a votar ordenadamente en una reñida competencia donde
la gente puso el orden, y el gobierno del PLD puso el desorden.
La gente acudió bien temprano a las urnas para
emitir su voto en favor de sus respectivos candidatos, y la opinión
generalizada es que la gente dio un gran ejemplo de civismo y de respeto
a las normativas electorales y sociale
s, representando la cara positiva
de la moneda electoral.
Sin embargo, el vergonzoso uso de la fuerza
pública militar para acosar, reprimir y apresar a los dirigentes y
militantes del principal partido opositor en Santo Domingo, Cotuí,
Neiba, Barahona, Azua, Salcedo y muchos otros lugares, el uso de los
fondos públicos para comprar a dirigentes del partido opositor y para
comprar cédulas, votos y delegados políticos en todo el país, muestran
el lado oscuro de esta desgastada y deformada moneda electoral que es
necesario cambiar.
Dio lástima y vergüenza ver a ministros, vice
ministros, directores generales de instituciones públicas, militares del
mayor rango, dirigentes políticos y activistas del partido en el
gobierno, acompañados de tropas de asalto y de grandes maletines de
dinero, comprando cédulas, comprando votos y comprando hasta la miseria
humana para que la Junta Electoral los pusiera a ganar forzosamente 51 a
47, gracias a una inversión numérica.
Cumplieron con hacer "lo que nunca se había hecho".
Las elecciones de este 20 de mayo se convirtieron
en un vulgar mercado electoral donde quien tenía más dinero público
podía comprar más voluntades del público, pues la vergüenza, el honor,
la dignidad, la decencia, el decoro y los principios políticos fueron
vendidos junto a las cédulas y junto a la voluntad, y pasará a la
historia como el proceso electoral más viciado, más costoso y más
vergonzoso.
Los que vendieron su cédula y su voto, vendieron
sus miserias y las esperanzas de superación de esta pobre nación, pero
quienes compraron cédulas y votos, vendieron los principios éticos que
durante décadas dijeron poseer.
No en vano siempre se ha dicho que el ejercicio
del poder corroe, socava y degrada la dignidad y la conducta de quienes
lo ejercen, y que para mantenerse en el poder el ser humano es capaz de
mutar de lo digno a lo indigno, de lo decente a lo indecente, de lo
moral a lo inmoral, de la verdad a la mentira, del honor al deshonor y
de la paz al terror. El 20 de mayo de 2012 fue día de terror electoral
para muchos dirigentes opositores.
Los que durante décadas dijeron que J. Balaguer
hacía fraude para ganar elecciones, ayer demostraron que sus quejas eran
por el dolor de no poder hacerlo peor, pero no por la vergüenza, pues
la misma noche del 20 de mayo se burlaban de haber comprado con dinero
público un 15% de los votos antes de las elecciones y un 5% el mismo día
de las elecciones, pero luego se escondieron por la vergüenza social.
No obstante eso, poco más de 2 millones de
personas votaron por un cambio de gobierno, votaron por un partido
distinto al que gobierna, votaron por una esperanza y votaron por un
futuro mejor. Tal y como lo hicieron los dominicanos de ultramar, donde
el PRD venció aplastantemente, y hasta hubo ciudades donde el PLD no
ganó una sola mesa electoral, porque allí no abundan las miserias
humanas de aquí, ni se venden cédulas ni votos, como aquí.
Esos dominicanos pueden caminar de frente al sol,
con la frente en alto y con la mirada directa a la luz de la verdad,
porque esos no están dentro de la lista de los que se desnudaron y se
vendieron a un gobierno que decía ser ético y moral.
Pero la lección final es que hay una pequeña parte
de la población a quien no le importa ni el presente, ni el futuro, de
su vida ni de su nación, no le importa la falta de agua potable ni la
baja inversión en salud y educación.
No le importa el medio ambiente, ni la mejoría de
la calidad de vida de su propia gente, ni le importa prostituirse y
venderse, a quien le pueda pagar, desde la esquina de una pervertida
mesa electoral.
Esos pocos hambrientos marcaron la diferencia en
contra del cambio, pero seguirán sufriendo la indiferencia de quienes
apoyaron, y por carecer de conciencia seguirán llorando de impotencia
cada vez que despierten y vean que siguen viviendo en la más abyecta
indigencia.
Ese es el pago social para quienes venden su
cédula por unos pocos pesos para comer durante cuatro cortos días, y
luego sufren de hambre durante cuatro largos años. Y luego se quejan del
sistema que ellos aúpan, aunque les den tarjetas de mendicidad,
llamadas irónicamente “solidaridad”.
Que Dios se apiade de ellos, y que algún día dé sus lecciones a quienes pagaron para robarse las elecciones.