La ciudadanía debe convertir la preocupación
ante un posible terremoto, en acción, y exigirle a las autoridades
“competentes”, que de una vez por todas les informen si realmente están
conscientes del papel que deben asumir
Además
de todos los males y de las zozobras diarias a que se ve sometida la
mayoría de los dominicanos; ahora enfrenta la ciudadanía el temor de un
posible terremoto, tras la reciente ocurrencia de varios temblores de
tierra; temor agudizado, primero, porque no se siente respaldada por
autoridades responsables y competentes que, con la debida sensibilidad
que exige el momento, salgan a dar la cara para tranquilizarles
demostrando que están en control y conscientes de sus responsabilidades;
y segundo, porque hay unos vividores y desaprensivos alarmando a un
sector de la población que, por su nivel de ignorancia, ante situaciones como ésta, es mas proclive a dejarse arrastrar por el miedo y la desesperación.
Por
Internet me envió un amigo un correo donde aparecen dos volantes: uno
impreso y otro escrito a mano, supuestamente de la autoria de un tal
Tony Pimentel, a quien al parecer, el Aladino de su lamparita le dijo
que se hundirían varias ciudades del país, incluyendo los centros
turísticos de Bavaro y Punta Cana, así como tambien la Basílica de
Higuey, y “todos los lugares de corrupción e idolatría”, a causa de la
ocurrencia de dos terremotos; uno de “5 y algo” y otro de 12.5, así como
un maremoto. Pimentel terminaba diciéndole a la gente: “Tu no pierdes
nada con hacer lo que te pedimos: escapa por tu vida”.
Casi
al mismo tiempo, recibí otro correo con la información de que, tras los
temblores, en el Este del país, un pastor y muchos de sus feligreses,
corrieron despavoridos y permanecen acampando en lo más alto de una loma. ¿Debo deducir que ese pastor es el tal Pimentel? ¿Quiere
él decirnos que para escapar de la “ira divina” basta conque uno busque
un sitio alto y se refugie? (Nota a las autoridades del Este: ¡Cuidado,
que esas personas no son guerrilleras! y, por otro lado, ¡Ojo con las
pertenencias que dejaron abandonadas!)
Fuera
de toda broma, es comprensible y hasta lógico que en este caso de los
repetidos temblores de tierra que han ocurrido en el país, y con la
traumática experiencia que tenemos de lo sucedido en Haití hace apenas
dos años, alguien pueda atemorizarse aún sin ser ignorante, pues sabemos
que es real la amenaza de terremoto dadas las condiciones
geomorfológicas y geofísicas de nuestro subsuelo; pero en estas
circunstancias, la actitud ha de ser, ante todo, la
de guardar la calma e informarse debidamente, procediendo a educar a
los suyos sobre las medidas de prevención y seguridad, recomendadas para
estos casos.
Además, la ciudadanía debe convertir la preocupación en acción y exigirle a las autoridades “competentes”, que
de una vez por todas les informen si realmente están conscientes del
papel que deben asumir, tanto en los actuales momentos como también en
el supuesto caso de la ocurrencia de una catástrofe. La población
quiere saber cuales son las instituciones del Estado que deben trabajar
en coordinación y si ya se han reunido para actuar de inmediato; cual es
el personal capacitado con que cuentan para ello; cual el plan de
contingencia que han elaborado; cuales y donde están los equipos de
rescate; y si no los tienen, cuando piensan proceder a su adquisición?
Esto
es lo que deben los periodistas preguntarles en estos momentos a todos
los funcionarios cuyas fuentes ellos cubren; empezando con el presidente
de la Republica, tan solidario con Haití y con tanta experiencia acerca
de lo que posteriormente ha estado ocurriendo en ese país vecino; porque este es un tema que preocupa a toda la sociedad e involucra la responsabilidad de todos los funcionarios del Estado.
Ya
sabemos que quedan incomunicadas las poblaciones por el desborde de los
ríos; por la rotura de puentes y carreteras; que se interrumpen los
servicios de telefonía, de agua, gas y electricidad; que hay que
emprender de inmediato tareas de rescate de victimas y posibles
sobrevivientes bajo los escombros de las edificaciones; envío de
alimentos, personal medico, ambulancias, helicópteros; prevención de
epidemias y un largo etc. etc. etc.
Y para todo ello, ¿que esta previsto? ¿Con que recursos contamos?
No debemos permanecer ni indiferentes ni asustados, para luego lamentarnos y empezar a repartir
responsabilidades. Todos debemos involucrarnos desde ahora; educando a
la familia; exigiendo al gobierno y a los empresarios, planes de
prevención en locales públicos y privados; reforzando las estructuras
que así lo requieran y desempolvando y comenzando a implementar
todas las recomendaciones que, durante décadas, vienen haciendo
nuestros expertos en este tipo de sismos, sin que se les haya hecho el
menor de los casos.
El gobierno bien podría
aprovechar la experiencia de los japoneses, que han demostrado ser muy
solidarios con nuestro país, para solicitarles asistencia técnica y
capacitación de personal en prevención y rescate
de victimas; y hasta en la adquisición de maquinarias y otros equipos
de rescate. Esto se hace a discreción sin alarmar a la población, pero
se hace. Mientras, empecemos por las escuelas, hospitales y oficinas
públicas, a capacitar al personal para que sepa como actuar durante la
ocurrencia de un temblor y con posterioridad a éste. El involucramiento
de las autoridades contribuiría a darle seguridad a una población que hasta ahora solo oye decir que “el país no esta preparado para enfrentar la ocurrencia de estos fenómenos”.
Pero mientras, como ya hemos visto, algunos religiosos sacan provecho de ellos y de la intranquilidad que acarrean, asociándolos con
la idea de un Dios castigador y con la llegada del fin del mundo, para
meterles miedo a la gente, con la finalidad de llenar las bancas y las
arcas de sus iglesias, sin tener que esforzarse mucho en explicarles el
Evangelio ni y en dar ellos mismos, con su accionar, el ejemplo de lo
que predican. Y hasta algunos
funcionarios y políticos se frotan las manos de alegría al ver desviada
la atención pública de los reales males que a diario aquejan a la
población, los que vienen siendo, desde hace muchos años, más
devastadores que cualquier fenómeno natural.
Ahora
están ausentes, huidizos e indiferentes, pero que no quiera Dios por Su
gran misericordia, que algo grave como esto nos suceda: ahí se activan
de inmediato en la “gran tarea humanitaria” de solicitar ayuda
internacional para proceder a desviarla por caminos oscuros y/o, a favor
de sus propósitos políticos electoreros. ¿Se habrán puesto a pensar que
ellos, aún siendo minoría, tienen más que perder que nosotros, que
somos la gran mayoría?
“La hora es la que mata” y “nadie se muere en la víspera”, dicen los más viejos para inducirnos a no desesperarnos. Y en
cuanto al fin del mundo, recordemos a Jesús cuando dijo, a una pregunta
de los apóstoles acerca de la fecha de su ocurrencia: “Pero el día y la
hora nadie sabe, ni aún los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre”.
(Mateo 24:36)
En
éste, como en los demás problemas sociales que nos ocupan en
Dominicana, lo que debemos hacer es no preocuparnos, pero sí,
empoderarnos.
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