Queremos y merecemos un país real, para
todos. Sin embargo, el PLD y sus funcionarios se apertrechan hasta la
coronilla de realidades, mientras ofrecen esperanzas
Más que esperanzas, merecemos realidades. Ser beneficiarios, todos, del crecimiento económico que, de manera sostenida, hemos registrado durante los últimos años, conforme los informes del Banco Central. Si estas riquezas no fueran acaparadas ahora por quines venden esperanzas e ilusiones a cambio de votos, serian más que suficientes para los diez millones de dominicanos vivimos en esta media isla. Cada dominicano debería ahora –no después- comer bien, tener un techo propio, un empleo digno, escuelas decentes con buenos maestros, hospitales limpios con buenos médicos, agua potable, calles aseadas. Nos hemos ganado el derecho a tener gobernantes honestos, cuyas vidas sencillas los aleje del boato y la corrupción. Cada paraje, cada sección, cada distrito municipal, cada municipio, vale lo que valen las grandes urbes, con sus funcionarios enriquecidos y aislados. Para ellos, las promesas de esperanzas que nunca llegan son, además de redundantes, puras mentiras y engaños. Queremos y merecemos un país real, para todos. Sin embargo, el PLD y sus funcionarios se apertrechan hasta la coronilla de realidades, mientras ofrecen esperanzas. Dos o tres se alzan con el poder, acomodan a sus vasallos, reparten canonjías entre otros cuantos, compran voluntades. Para el resto, las ilusiones. Articulan nuevos líderes y valores, con los recursos del Estado, para resguardarse y proyectar su infinita continuidad. Consiguen con esto, poner fin a las propuestas de alternabilidad y libre decisión que supone vivir en democracia. En pocas palabras, el PLD ha devenido en una gran estafa, provocando falta de fe en sistema y sus bondades. Sin embargo, están aún presentes enseno del pueblo otras realidades similar a su idiosincrasia, con propuestas verdaderas, prácticas y necesarias. Vigorosas fuerzas que se mantienen latentes para lograr el cambio que todos aspiramos, representadas en Hipólito Mejía, una realidad tan tozuda y firme como la voluntad que nos ha hecho imbatibles a lo largo de nuestra historia. Es lo que merecemos, en vez de vanas y embaucadoras promesas de quienes no hacen otra cosa que utilizar el poder para enriquecerse. |